El diccionario define la palabra
familia como un grupo de personas emparentadas entre sí y que viven juntas.
Desde el punto de vista del Derecho, involucra a las personas en vínculos
jurídicos que surgen del matrimonio y la filiación legítima, ilegítima o
adoptiva. La perspectiva católica, nos dice que Dios ha instituido la familia
orientada al bien de los esposos, la procreación y la educación de los hijos. Si la pareja quiere tener una familia sólida, estable y
feliz, debe primero desarrollar una relación conyugal sana en la cual reine el
respeto mutuo y en la que el amor entre los dos sea el vehículo para ofrecer a
los hijos, y por consiguiente a la familia entera, un ambiente propicio de amor
y paz.
La persona es y debe ser
principio, sujeto y fin de todas las instituciones sociales; no obstante, la
familia como unidad solidaria básica, es necesaria para la persona. La familia
es la célula original de la sociedad humana y los principios y valores
familiares constituyen el fundamento de la vida social. Por ello, la sociedad
tiene el deber de sostener y consolidar la familia. Los poderes públicos, por
su parte, deben respetar, proteger y favorecer la verdadera naturaleza de la
familia, los derechos de los padres, de los hijos y el bienestar doméstico.
Más
que una simple unidad jurídica, social y económica, la familia debe ser, ante
todo, una comunidad de amor, de enseñanza y de solidaridad. Si partimos de la
base que una familia la constituye una pareja y los hijos que hayan procreado,
nos daremos cuenta que es en el seno de la misma, donde los niños deben
aprender los principios y valores que guiarán su futuro comportamiento y los
que les servirán para escoger entre el bien y el mal una vez que crezcan.
Los
padres enseñan los principios y valores a sus hijos por dos vías: por lo que
dicen y por lo que hacen. Si ciertos principios como la honradez, el servicio,
la solidaridad, el respeto, el amor al trabajo y la cortesía, han sido
manejados por ambos padres y forman parte de los valores familiares, es muy probable
que los mismos se transmitan a sus hijos. Así, cuando estos sean mayores,
tomarán decisiones inteligentes y podrán adaptarse mejor a la convivencia en
sociedad.
Des-afortunadamente,
el modelo clásico de familia nuclear: padre, madre e hijos que conviven juntos
y afrontan la vida como una unidad, se ha venido resquebrajando dramáticamente
en los últimos años . El modelo de hogares mantenidos por el padre, con la
madre en el hogar al cuidado de la crianza de sus hijos, ha quedado relegado en
el pasado. Adicional-mente, el número de hogares desintegrados, se ha
incrementado de manera alarmante. Con ello, los índices de madres que trabajan
, se ha elevado en los últimos cincuenta años, dejando la enseñanza fundamental
en manos extrañas o en la calle. Los padres y madres debemos dedicar tiempo de
calidad a nuestros hijos, debemos establecer y fortalecer lazos de comunicación
con ellos. Debemos enseñarles, mucho antes que la escuela, los principios y
valores que deseamos que aprecien. Debemos entender que las relaciones
familiares son más importantes que cualquier otro éxito en la vida. Las
familias requieren de apoyo, espacios y actividades que les permitan establecer
relaciones sólidas entre sus miembros.
No es necesario que debemos tener
una relación de pareja “perfecta” para tener una familia estable y feliz. Todos
somos humanos y en ciertos momentos cometeremos errores. Pero deseamos crear
conciencia de la importancia de tener una relación de pareja sana. Es por ello
que las Sagradas Escrituras, el Catecismo de la Iglesia Católica nos indican la
importancia del matrimonio para la familia, la Iglesia y la sociedad.
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